Budismo y ciencia: cosmovisiones paralelas
El budismo y la ciencia parecen ámbitos cada vez más cercanos: las conclusiones de uno y otra dialogan inesperada y también fructíferamente a la sombra de una promesa, el día en que todos los seres serán budas, habitando en éxtasis el perfecto vacío.
Por: Juan de la Parra
Uno
 de los atributos más sorprendentes del budismo es su capacidad de ser 
consistente en contraste con los cambiantes paradigmas científicos y 
ontológicos. 
El principal ejemplo tiene que ver con la sustancia de la realidad. De acuerdo con el budismo, el shunyata
 o la vacuidad es la verdadera naturaleza de todos los fenómenos; 
cualquier cosa que existe es un objeto de conocimiento y es vacío en el 
sentido de que no existe por sí mismo, sino que depende de una mente que
 lo conozca o lo experimente.  Hoy es relativamente más fácil entender 
este concepto que en los tiempos de Buda. Entonces, explicar porque un 
átomo era vacío (se decía que al tener partes direccionales: arriba, 
abajo, etc.. era divisible al menos conceptualmente) exigía más un 
entendimiento de la magia que de la ciencia. Hoy en día sabemos, gracias
 a la física de partículas, que el átomo también está vacío de existir 
inherentemente, que no es indivisible y que las partículas se comportan 
no de la forma esperada, sino probabilísticamente. Se sabe también que 
los átomos son en un 99.9% espacio vacío y el restante .01%, si se lo 
mira con atención, también desaparece. Persiste una visión de la 
realidad como un mapa psico-emocional holográfico, cuyas coincidencias 
tienen más que ver con convenciones culturales, con formas de nombrar y 
entender a los objetos-del-mundo-allá-fuera.  
Hay paralelos muy interesantes entre conceptos como el de la bodhichitta y el de la empatía o distribución de la conciencia  mediante las neuronas espejo. La bodhichitta
 es el deseo de alcanzar la iluminación para poder liberar del 
sufrimiento a los incontables seres sintientes. Para lograr este 
objetivo el aspirante a bodhisattva debe contemplar y meditar 
repetidamente en el dolor de los demás. Para cierto sentido común es 
incomprensible cómo es que la receta para obtener la felicidad verdadera
 pasa por el suplicio de visualizar a los seres que estimamos sufrir; 
pero desde otro punto de vista, según las investigaciones con las 
neuronas espejo, la empatía extrema puede generar un círculo virtuoso 
mediante el cual, entre más disolvamos la conciencia individual en la 
colectiva y más sintamos que el sufrimiento y la felicidad de cualquier 
ser es de suma importancia, más feliz y poderosa se volverá nuestra 
experiencia. Algo sucede entonces, un cambio trascendente: el 
practicante se convierte en un bodhisattva y es una persona en 
el camino seguro para convertirse en un Buda. Es el entendimiento de la 
conciencia repartida entre todos los seres, y la puerta de acceso es la 
compasión universal.
Una anécdota científica: el monje 
francés Mathew Riccard es cuantitativamente el hombre vivo más feliz 
sobre la Tierra. Las mediciones que se le practicaron mientras meditaba 
dieron valores fuera de la norma en cuanto a niveles de “felicidad” en 
la química de su cerebro. Estaba meditando en la compasión universal. 
Hay cierta discrepancia, sin embargo, 
con las corrientes materialistas, que siguen tratando de encontrar el 
asiento de la conciencia o del ser, ya sea en el cerebro, en la glándula
 pineal o en el sistema nervioso en su conjunto. Según el budismo, y 
algunas otras corrientes filosóficas, el ser es una ilusión producida 
por la conciencia mental y por los sentidos. 
El budismo afirma junto con las teorías 
evolucionistas que no hubo creación, sino que todo fenómeno tiene causas
 y condiciones. El tiempo-sin-principio es uno de los pilares 
cosmogónicos budistas.  Aunque se discrepaba entre este punto y la 
teoría de Big Bang, recientemente físicos como Neil Turok  alzan 
juiciosamente la pregunta: what banged? En efecto, el Big Bang no puede ser el principio del espacio-tiempo, no puede haber un efecto sin causa. 
El budismo se encuentra lejos de las teorías new-age-easy-going
 que pretenden una visión del universo como una entidad armónica, 
completa, perfecta, que resuena como una metáfora de Dios, y que posee 
una especie de voluntad que se ocupa de los destinos contradictorios de 
sus habitantes. Sin embargo, según las leyes de la termodinámica, en 
particular la ley de la entropía , en el universo reina el caos, causa y
 efecto en efervescencia, buscando equilibrios para nuevas rupturas, 
sistemas que se crean y se destruyen.  Desde este punto de vista la 
coincidencia es total: el samsara es impuro e imperfecto, es caótico. Sin embargo este caos, o karma es perfecto e implacable. 
Finalmente, según el cosmólogo Sean 
Carroll, el futuro final del universo es convertirse en espacio vacío: 
se cree que en un futuro muy lejano así será. Y según el budismo llegará
 un día en que todos los seres serán budas, habitando en éxtasis el 
perfecto vacío… y ahí es cuando empezará la fiesta, dicen.
 
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