Las siete reglas de Paracelso para la vida /
Paracelso
fue una figura de proporciones titánicas. Expresó ideas que eran
esencialmente extraterrestres para su generación y plantó las semillas
de un nuevo mundo en el campo de la química, la magia y la medicina. No
sólo los movimientos importantes en la medicina alternativa del siglo
XIX se desarrollaron a partir de su sistema, sino que enseñó al mundo la
necesidad de observar la naturaleza de cerca y vivir a partir de sus
dinámicas.
En sus reglas, Paracelso engloba la
salud absoluta en una serie de instrucciones muy sencillas. La
respiración, la alimentación, la bondad, la concentración y la confianza
en la vida y en uno mismo como método de virtud y sublimación. Habla
con especial énfasis sobre el valor del silencio y la discreción —como
también afirmaba Sócrates en sus tres tamices-, y de llevar una vida sin
desbordamientos.
1. Lo primero es mejorar la salud.
Para ello hay que respirar con la mayor
frecuencia posible, honda y rítmica, llenando bien los pulmones, al aire
libre o asomado a una ventana. Beber diariamente, en pequeños sorbos,
dos litros de agua; comer muchas frutas; masticar los alimentos del modo
más perfecto posible; evitar el alcohol, el tabaco y las medicinas, a
menos que estuvieras por alguna causa grave sometido a un tratamiento.
Bañarte diariamente es un hábito que debes a tu propia dignidad.
2. Destierra absolutamente de tu ánimo,
por más motivos que existan, todo idea de pesimismo, rencor, odio, tedio
, tristeza, venganza y pobreza.
Huye como de la peste de toda ocasión de
tratar con personas maldicientes, viciosas, ruines, murmuradoras,
indolentes, chismosas, vanas o vulgares y de la inferioridad natural
básica de entendimiento o de los tópicos sensualistas que forman la base
de sus discursos u ocupaciones. La observancia de esta regla es de
importancia decisiva: se trata de cambiar la textura espiritual de tu
alma. Es el único medio de cambiar tu destino, ya que este depende de
nuestros actos y pensamientos. El azar no existe.
3. Haz todo el bien posible.
Auxilia a todo desgraciado siempre que
puedas, pero jamás tengas debilidades por una persona. Debes cuidar tus
propias energías y huir de todo sentimentalismo.
4. Olvida toda ofensa. Más aún: esfuérzate por pensar bien de tu mayor enemigo.
Tu alma es un templo que jamás debe ser
profanado por el odio. Todos los grandes seres se han dejado guiar por
esa suave voz interior, pero esta no te hablará así de repente; tienes
que prepárate por un tiempo, destruir las capas superpuestas de viejos
hábitos, pensamientos y errores que pesan sobre tu espíritu que es
divino y perfecto en sí mismo, pero impotente por lo imperfecto del
vehículo que le ofreces hoy para manifestarse, la carne flaca.
5. Reclúyete todos los días, siquiera
por media hora, en donde nadie pueda perturbarte. Siéntate lo más
cómodamente posible con los ojos medio entornados y no pienses en nada
en específico.
Esto fortifica enérgicamente el cerebro y
el espíritu y te pondrá en contacto con las buenas influencias. En este
estado de recogimiento y silencio suelen ocurrírsenos ideas luminosas,
capaces de cambiar toda una existencia. Con el tiempo todos los
problemas que se presentan serán resueltos victoriosamente por una voz
interior que te guiara en dichos instantes de silencio, a solas con tu
conciencia. Ese es el diamante del que habla Sócrates.
6. Debes guardar absoluto silencio en cuanto a tus asuntos personales.
Abstente, como si hubieras hecho
juramento solemne, de referir a los demás, aun a tus más íntimos, todo
cuanto pienses, escuches, sepas, aprendas, sospeches o descubras. Por un
largo tiempo al menos debes ser como casa tapiada o jardín sellado. Es
una regla de suma importancia.
7. Jamás temas a los hombres ni te inspire sobresalto el día de mañana.
Ten el alma fuerte y limpia y todo te
saldrá bien. Jamás te creas solo ni débil, porque hay detrás de ti
ejércitos poderosos que no concibes ni en sueños. Si elevas tu espíritu
no habrá mal que pueda tocarte. El único enemigo a quien debes temer es a
ti mismo. El miedo y la desconfianza en el futuro son madres funestas
de todos los fracasos, atraen las malas influencias y con ellas el
desastre. Si estudias atentamente a las personas con buena suerte veras
que intuitivamente observan gran parte de las reglas que anteceden aquí.
Es cierto que muchas personas que gozan de grandes riqueza no son del
todo buenas en el sentido recto, pero poseen muchas virtudes que arriba
se mencionan. Por otra parte, la riqueza no es sinónimo de dicha. Puede
ser uno de los factores que conducen a ella gracias al poder que nos da
para ejercer grandes y nobles obras; pero la dicha más duradera solo se
consigue por otros caminos; allí donde nunca impera el antiguo Satán de
la leyenda, cuyo verdadero nombre es Egoísmo. Jamás te quejes de nada,
domina tus sentidos; huye tanto de la humildad como de la vanidad. La
humildad te sustraerá fuerzas y la vanidad es tan nociva que es como un
pecado mortal contra el Espíritu Santo.
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Credits: Imagen (David Vigh)
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