¿Libertad? ¿Albedrío? Lo más probable, según la neurociencia, es que no tengas ninguno de los dos
Desde mediados del siglo pasado y hasta la actualidad la neurociencia ha intentado resolver el misterio de la libertad y el albedrío, llegando a descubrimientos que podrían negar su existencia.
Por: pijamasurf
La libertad se encuentra, por mucho,
entre los problemas filosóficos más añejos, un asunto que toca la
esencia misma del ser humano, de todas las épocas y todos los lugares,
sin importar que se trate de una persona instruida o una que no ha
gozado de este beneficio, sin importar que sus inclinaciones sean más
matemáticas que artísticas o casi exclusivamente prácticas. En algún
momento a cualquiera se le presenta el dilema autorreflexivo de si es
libre o no, de hasta dónde llega su capacidad de elegir auténticamente,
sin obedecer a ningún tipo de limitaciones. “L’homme est né libre, et
partout il est dans les fers”, escribió famosamente Rousseau al inicio
de El contrato social: “El hombre nace libre, pero encadenado por todos lados”.
En tiempos recientes esta cuestión ha
adquirido un cariz distinto a partir de los hallazgos de la neurociencia
y el paulatino descubrimiento de los procesos que ocurren en nuestro
cerebro para aprehender la realidad y todo lo que sucede en esta.
Es cierto, que desde la perspectiva
filosófica, ya se ha negado la existencia de la libertad. El
determinismo, por ejemplo, asegura que todo lo que sucede es previsible,
por lo que el albedrío es imposible; el indeterminismo, del lado
opuesto, considera que los hechos del universo son azarosos, siempre,
por lo que el albedrío también es imposible; y, por otro lado, el
libertarismo/compatibilismo cosmológico, que concilia ambas posturas
sosteniendo que la libertad es lógicamente compatible con la visión
determinista del universo.
Sin embargo, para algunos el problema
con estas soluciones es que no son tales, sino simples elucubraciones de
la mente, juegos laberínticos cercados por la razón y la lógica que
comienzan y se consumen en estas.
En este sentido, la neurociencia parece
ofrecer la vista a un panorama distinto, no viciado por las ilusiones
alimentadas por nuestro pensamiento, sujetas a la materialidad de las
reacciones orgánicas, de las neuronas y los nervios. Si la libertad
puede reducirse a un algoritmo electroquímico, ¿no sería esta una prueba
irrefutable de su existencia? ¿O, en caso contrario, de su
inexistencia?
Hace algunos años, en la década de los
60, los neurocientíficos alemanes Hans Helmut Kornhuber y Lüder Deecke
descubrieron un fenómeno al que denominaron “bereitschaftspotential”, lo
cual puede traducirse como “potencial de disponibilidad”. Según estos
investigadores, antes de una decisión, el cerebro entra en un estado
especial previo a la conciencia pero originado en la parte inconsciente
de la mente y en el cual, efectivamente, suceden procesos cerebrales
que, en la época, solo se pudieron considerar como el germen de un acto
libremente emprendido.
Investigaciones posteriores mostraron
que, en promedio, dicho estado anterior a la consciencia de un acto
tiene una duración aproximada de 0.35 segundos antes de que podamos
ejercer una suerte de veto cognitivo que detenga dicha acción. Según
Benjamin Libet, autor de este estudio, esto significa que no tenemos
libertad en la medida en que no somos conscientes de la realización de
un acto, sino solo de la posibilidad de no hacerlo.
En épocas más recientes, ahora que se
cuenta con recursos como los escáneres de resonancia magnética y otros
aparatos de investigación cerebral, los estudios al respecto han
confirmado la existencia de una vasta red neuronal, caracterizada
también por su alto grado de control, que nos prepara para una decisión
antes de que seamos conscientes de esta: si la libertad existe, solo es
posible encontrarla entre las sombras del inconsciente, después, cuando
sale a la luz de lo que en realidad advertimos, ya está convertida en
otra cosa.
Itzhak Fried, por ejemplo, que documentó
actividad neuronal 1.5 segundos antes de la toma consciente de una
decisión, consideró que, “en cierto punto, las cosas que están
predeterminadas son admitidas en la consciencia”, sugiriendo así que
esto, estar advertidos de la supuesta libertad con que se decide hacer
algo, en realidad es una cualidad añadida posteriormente y no
necesariamente efectiva.
En cuanto a las perspectivas opuestas,
también desde la neurociencia, destacan las objeciones puestas por
algunos científicos como W. R. Klemm, para quien la información obtenida
en dichos experimentos podría haber sido malinterpretada o las regiones
del cerebro involucradas en estos procesos —el área motora
suplementaria (AMS), la pre-AMS y el cingulado motor anterior— tendrían
participación únicamente en las acciones que involucran movimientos
corporales (que fueron los estudiados en las pruebas de Kornhuber y
Deecke y sus sucesores), por lo cual las conclusiones solo serían
válidas para las decisiones tomadas en este ámbito. Decisiones de otro
tipo tal vez sucedan también en otras áreas más avanzadas del cerebro.
Sea como fuere, el dilema está lejos,
muy lejos, de ser zanjado. Al final, como pensaba Sartre, es posible que
la libertad sea, en esencia, una especie de condena dialéctica, en la
medida en que, decidamos o no, siempre estamos decidiendo.
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