Frutas del jardín de Dios: cómo los enteógenos pueden desprogramar el consumismo
Escapar del cerco reducido del Edén fue sólo el primer paso en la emancipación humana.
Por: pijamasurf
El bloguero Thad McKraken ha escrito una
pieza interesante acerca de la “naturaleza demoniaca” de los márgenes
de utilidad del capitalismo en nuestros días: una explicación que es
compatible con la filosofía económica de un sistema basado en su propia
reproducción, aunque explicado desde una óptica mística.
Según McKraken, todo estaba perdido
desde el principio: Yahvé (o Dios, para abreviar) castiga el impulso del
hombre de “alcanzar la sabiduría sagrada con respecto al mundo material
por sugerencia de una entidad serpentina (demónica).” El giro
interesante que McKraken otorga al tradicional castigo de ser exiliados
del paraíso terrenal es que Dios dice que “ahora debemos esclavizarnos
raspando el suelo en esta prisión materialista que hemos creado para
nosotros mismos al tomar las drogas de la serpiente que él
específicamente prohibió.”
En otras palabras, la ignorancia humana
tiene un matiz de conspiración: “la conspiración de Dios, justo ahí en
nuestros libros supuestamente sagrados, resonando a través de la
conciencia de tantos… ¿Qué es lo que hemos perdido cuando Dios nos
expulsó del Jardín del Edén? ¿Qué fue lo que ganamos de nuestra alianza
reptilesca con las dimensiones más bajas de la tierra? Retar a las
fuerzas oscuras de la avaricia hambrienta de lucro es la única manera en
que podemos transformar estas preguntas en conciencia psíquica más
misteriosa y avanzada.”
Para McKraken, “los márgenes de utilidad
son una fuerza que hemos creado en este nivel de realidad para
ayudarnos a facilitar la acción. Es una herramienta psicológica que
usamos para hacer nuevas cosas y funciona.” El capitalismo es un sistema
“por el que los individuos son recompensados basándose en sus
contribuciones a la sociedad, pero aquí hay algo que todo mundo sabe
porque es tan obvio que salta a la vista: el dinero no recompensa a la
gente por sus contribuciones a la sociedad en ninguna manera racional.
Eso es lo que está diseñado para hacer, y no funciona, para nada.”
El problema está en que aquellos que acumulan demasiadas
ganancias tienen influencia desproporcionada en la sociedad, “y usan
esta influencia para garantizar que el juego funcione en su favor por
siempre y para siempre.” ¿Y qué hay, pues, de ese pacto mítico que la
especie contrajo en el Jardín del Edén? ¿Acaso no se trató de una
especie de liberación, de fuga de un Dios que condenaba a la especie a
ser tratado como niños? Esta idea debería explorarse más a fondo, pero
McKraken se queda en un estrato muy superficial, priorizando la
legalización de drogas psicodélicas, lo cual “debería ser de capital
importancia en este momento particular de la historia humana.”
Los enteógenos (literalmente: las
sustancias que introducen un dios en nosotros), en efecto, “son la forma
más efectiva de forzar a la gente a cuestionarse la supremacía de su
estrecha micro-narrativa… El consumismo nos está destruyendo y un viraje
hacia la filosofía chamánica es el único antídoto.”
Hemos dicho que es un estrato muy
superficial el de los enteógenos simplemente porque estos no pueden ser
utilizados por todo el mundo ni todo el tiempo. Este es un argumento a
favor de su legalización: es imposible hacerse adicto a ellos, por la sola razón de que para que los enteógenos nos abran las puertas de la percepción es preciso volver
a la conciencia y procesar la información que se nos revela. La
urgencia que McKraken ve en el uso de enteógenos para despertarnos del
sopor consumista tiene, con todo, una razón de peso: el mundo nunca
vuelve a ser el mismo después de tomarlos.
¿Y por qué las plantas de poder, el
hikuri, la ayahuasca, los hongos, el LSD son sustancias prohibidas?
Porque, como sabe McKraken, no hay dinero en ello: no se pueden extraer
márgenes de ganancia de este tipo de sustancias, al menos no una
ganancia parecida a la venta de cocaína o heroína, porque estas
sustancias se toman en contadas ocasiones durante la vida, pues cada
ocasión está marcada por un cambio radical y a menudo brutal en el
entendimiento del mundo que viene a continuación.
Las frutas del jardín de Dios no son en
absoluto las flores del mal y los paraísos artificiales de Baudelaire:
no consuelan o soporizan o hacen olvidar las penas de este “valle de
lágrimas” en que vivimos, sino que nos permiten verlo en toda su
complejidad y responsabilizarnos de nuestro papel en la reproducción del
sistema de la ganancia. O como dice McKraken, tomar este tipo de
sustancias “hace que tener una mansión que no compartes con el mundo
parezca la meta de vida más patéticamente mezquina que se pueda
imaginar”, una mansión construida en un paraíso fiscal.
Convertir los instrumentos de opresión
en instrumentos de libertad es la función principal de la conciencia, y
todo lo que pueda ayudarla a conseguir este objetivo es una herramienta
que deberá apreciarse y aprovecharse.
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