Sobre la sombra (su naturaleza arquetípica, su simbolismo, y su relación con la luz)
Algún día todos tendremos que acudir a una cita con nuestra sombra; de nosotros depende que ella sea un aliado evolutivo o una asfixiante compañera.
Por: Javier Barros Del Villar
El equilibrio ontológico
“La sombra le debe su nacimiento a la luz”
John Gay
En ese gran teatro cósmico al cual en la
escuela nos enseñaron a referirnos como realidad, la sombra es sin
duda uno de los personajes más intrigantes y, por momentos, seductores.
Debatiéndose entre la elegancia del eclipse y la crudeza del sinsentido,
su presencia resulta un tanto ambigua. Por un lado representa la
ausencia de la luz –si le asumimos como sinónimo de oscuridad–, mientras
que también podríamos considerarle como un punto de balance entre los
dos extremos primarios de nuestra existencia –si contemplamos que su
naturaleza requiere tanto de la luz como de la oscuridad.
Continuando con la anterior premisa
podríamos afirmar que la sombra guarda una relación tan íntima, como
bidireccional, con los dos extremos arquetípicos: para existir necesita
forzosamente de la presencia simultánea de la luz y la oscuridad. Si hay
solo luz, sin ningún cuerpo o elemento que la obstaculice, entonces la
sombra jamás emergerá, y si solo está presente la oscuridad, entonces
tampoco dispondrá de los elementos necesarios para tomar vida. En este
sentido la sombra nos remite a la cosmovisión oriental del equilibrio
(el estado de perfección accesible), el cual emana a partir de la
armónica convivencia entre fuerzas opuestas.
Sobre sombra y psique
“El ser humano no es más que respiración y sombra”
Sófocles
Una vez enfatizado en esta perspectiva
“holística” de la sombra, procedamos a sumergirnos en su lado más
representativo, es decir la oscuridad. En términos jungianos, la sombra
representa esa especie de universo paralelo que conocemos como el
inconsciente, ese cúmulo de información sensible que yace sepultado en
nuestro interior mientras ejerce la habilidad de eludir la luz de la
conciencia, a la que dicta múltiples rasgos de nuestra personalidad. A
diferencia del análisis que la psicología tradicional hacía de esta
figura, en donde la sombra se asociaba esencialmente con un aspecto
“negativo” de la personalidad –exclusivamente ligado a miedos,
complejos, traumas, etc.–, Jung la concebía como una manifestación dual,
cuya naturaleza emanaba cualidades tanto negativas como positivas.
“Todos cargamos una sombra. Y entre menos se encuentre fusionada con la vida consciente del individuo, más oscura y densa es.”[1]
Es importante aclarar que esta
perspectiva negativa sobre la sombra es una herencia cultural
culturalmente heredada, en buena medida debido a que esta entidad
representa nuestra faceta irracional e instintiva, los destellos
primitivos de nuestra biología humana –lo cual al ser casi sinónimo de
delito dentro de la realidad cartesiana, se nos enseña desde niños a
suprimir por medio de la mente consciente.
La sombra aparece como el anti-héroe (y a
la vez el soñador). Representa una amenaza para el ego, que al
alimentarse de las expectativas sociales, se traduce en un potencial
peligro para el funcionamiento sistemático (el sistema se nutre de
nuestra auto-censura). Pero si tomamos en cuenta que la realidad social
puede ser bastante cuestionable, entonces la sombra se revalúa y
adquiere también cualidades positivas.
Pero en la defensa de la sombra hay que
tener cuidado. A pesar de que muchos de nosotros nos sentimos
tangiblemente atraídos a su poética elegancia, no podemos negar que su
esencia psico-subterránea esta conectada también con bajas frecuencias
del ser, con temores, y limitantes. Al igual que sucede con los
secretos, en muchas ocasiones la sombra simplemente disfraza
turbulencias de nuestro pasado –que por lo tanto actúan en nuestro
presente y, de no enfrentarlas, en nuestro futuro. Y aquí desfilan, como
bien apunta la trinchera tradicional de la psicología, miedos,
complejos, traumas, deseos ‘prohibidos’, o sentimientos éticamente
inviables.
Dicho esto, y regresando a cultivar
nuestra empatía por ella, también podemos afirmar que la sombra actúa
como un eufórico jardín secreto dentro del cual se gesta una de las
vetas divinas del ser humano, la creatividad. En este punto encontramos
una deliciosa paradoja (prístina herramienta de liberación mental):
si bien la sombra representa lo oculto, lo sometido, es simultáneamente
una expresión de lo más genuino y natural a lo que podemos acceder, me
refiero al indomable espíritu de la vida, un pulso que jamás será
sometido bajo el yugo de la razón y la cultura, una especie de ombligo
holográfico del cual surgimos y hacia el cual nos dirigimos (si, somos
un péndulo que viaja entre el caos y el cosmos).
En este sentido Jung advertía que “no
obstante su función como un archivo de la oscuridad humana, o tal vez
debido a esto mismo, la sombra es el asiento de la creatividad”.[2]
Y aquí me permito preguntar ¿qué habría sido de la humanidad si no
hubiésemos tenido acceso a ese caudal de perfeccionamiento energético
que conocemos como arte? ¿qué potencial tendría nuestra conciencia si no
pudiéramos desdoblarla bajo la guía de la creatividad? ¿qué seríamos
sin nuestra sombra?
Para terminar este breve repaso
psicológico vale la pena mencionar que la sombra actúa también como
enlazador entre el inconciente individual y el colectivo, habitando esa
región que separa uno del otro y que aloja buena parte de las inercias
conductuales reprimidas (y también de las potenciales transformaciones
compartidas). Aquí surge otro fenómeno interesante, la proyección de la
sombra. Básicamente consiste en adjudicar a otra persona aquellas
características que nosotros condenamos, o que nos repelen, pero
precisamente debido a que son parte de nuestra propia personalidad (solo
que se encuentran inmersas en esa región que intentamos suprimir). A lo
anterior alude esa teoría popular que advierte que cuando algo te
molesta de otra persona en realidad es por que está reflejando algo de
tu propia identidad que no te place (la intensa psico-danza de los
espejos).
El arquetipo y su desdoblamiento en la cultura popular
“La poesía es un eco, pidiéndole a la sombra
que le conceda una pieza en la pista de baile”
Carl Sandburg
Arquetípicamente la sombra se muestra
como un personaje elusivo que generalmente vibra en una frecuencia
inferior. Una entidad oscura, amenazante, cuya presencia por momentos
nos desagrada y nos invita a la negación. Un extranjero, un sirviente,
una prostituta o un criminal. También encarna, en términos ocultistas,
al Guardián del Umbral, una figura con la cual eventualmente, durante
nuestro proceso evolutivo, tendremos que sentarnos a departir, a
reflejarnos en la mirada mutua (sus ojos como la superficie donde
debemos de hacer consciente nuestra consagración como seres de luz).
En la cultura popular, particularmente
en la literatura, el eco arquetípico de la sombra ha sido ampliamente
ejercido. Dr Jekyll y Mr Hide, El Retrato de Dorian Gray, el Lobo
Estepario, William Wilson (de E.A. Poe) e incluso La Cenicienta, son
todos muestra de esta dualidad que actúa como pulso simultáneo en la
naturaleza humana. Otro caso particularmente interesante es Batman, en
donde el ‘doble sombrío’ de Bruce Wayne es la heroica antítesis del
héroe –es decir, sus actos son apreciados al vibrar en sintonía con la
justicia y el bien común, pero a la vez es un ser de oscuridad, oculto,
prohibido.
En el plano musical personalmente destacaría tanto al genial scratchero,
Dj Shadow, quien orquesta trepidantes tours al reino sin sol, como al
dueto británico Future Sound Of London. FSOL no solo me parece el más
lúcido proyecto musical de las últimas dos décadas, sino que a lo largo
de su carrera han manifestado el patrón pendular que caracteriza la
relación de opuestos, entretejiendo producciones musicales que van de la
luz sónica propia de las auroras boreales, hasta la implacable frialdad
de los espejos de obsidiana.
Finalmente mencionaría un fenómeno paranormal pop
que se conoce como ‘los seres de sombra’. En pocas palabras se trata de
“elusivas entidades que se perciben como siluetas oscuras con forma
humana, generalmente masculinas, y que gustan de observarnos de manera
silenciosa y estática. Al parecer, solo reaccionan fugazmente cuando son
detectadas al filo de la mirada por una persona, momento en el cual
desaparecen […] Mientras que algunos aseguran que estos seres son la
expresión última de la oscuridad, en cambio otras personas les
atribuyen una naturaleza más bien lúdica, sigilosa, como una especie de
observadores neutrales que en su afán por no ser percibido juguetean con
el tiempo, y el espacio en relación a la percepción humana.” (Más información sobre estos seres)
La integración (matrimonio entre luz y oscuridad)
“Una persona siempre terminará por evocar su sombra”
Rudyard Kipling
Si asumimos que el origen y destino de
nuestra travesía evolutiva es la unidad, entonces resulta evidente que
debemos apuntar hacia la integración y no hacia la lucha de opuestos
–mucho menos cuando nuestra propia mente es la arena donde se desarrolla
tal interacción. En este sentido supongo que el primer paso es hacer
conciencia sobre tu propia sombra, percibirla, observarla, jugar con sus
ojos y con su aroma inexistente. Hay que sentir la sombra, abrazarla,
desnudarse junto con ella, coquetearle y, sobretodo, intercambiar
información sensible. Una vez consumado este ritual terapéutico, que
aunque se dice fácil implica una epifánica sesión de honestidad con uno
mismo, entonces, supongo, podemos proceder a comulgar con ese ser con
quien compartimos una perfecta simetría y así fundirnos de acuerdo a
nuestra naturaleza original: la indivisibilidad.
Solo mediante la integración con la
sombra podemos garantizar que no terminaremos por volvernos cautivos de
nuestro propio caos. En cambio, al unificarnos con ella, alojaremos una
fusión entre el caos y el cosmos, enarbolando eventualmente la piedra
filosofal que coronara nuestro rol de ‘caminantes’ (Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem).
El punto es que si logramos asumir nuestra región sombría, concertando
una épica cópula con nuestro alter-ego, entonces esta entidad (que a la
vez somos nosotros mismos observándonos en el espejo del camino) podría
convertirse en nuestro más valioso aliado.
El encuentro con nuestra sombra es un
requisito ineludible en el proceso de alcanzar la plenitud. No hay que
olvidar que un porcentaje considerable de nuestra energía está guardada
en sus entrañas, y sin esa porción jamás lograremos la auto-fusión. Una
vez que aceptemos la totalidad de los ingredientes que nos conforman,
entonces realmente podremos purificar la formula y re-programarla hacia
una existencia plena. Jung afirmaba que a partir del momento en que nos
encontremos de frente con nuestra sombra, entonces seremos inmunes a
cualquier sentimiento de culpa, miedo o vergüenza. Atravesar ese velo es
la misión fundamental de todo personaje protagónico (y recordemos que
todos somos héroes de nuestra propia narrativa).
Conclusión
Para concluir solo me resta advertir que
en cierto momento de nuestras vidas tendremos una cita con nuestras
respectivas sombras. Y que solo si logramos estar a la altura de dicho
encuentro, sentarnos a tomar té con ella mientras cruzamos miradas e
intercambiamos saludos a la porción de divinidad que nos une, seremos
capaces de reunirnos con nosotros mismos, de religar la grieta (solve) para transformarnos en una sola pieza (coagula). La unidad nos espera. Ojalá ninguno todos nosotros acudamos puntuales a su encuentro.
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