Sobre los beneficios probados de la soledad
Recientes estudios invitan a revaluar la soledad, la cual puede ser una deliciosa acompañante o, por el contrario, una herramienta para desquiciarte.
Por: Javier Barros Del Villar
“La soledad es el hecho más profundo 
de la condición humana. 
El hombre es el único ser que sabe que está solo.”
Octavio Paz
La soledad es uno de los fenómenos más 
interesantes al reflexionar sobre la naturaleza del ser humano. Por un 
lado somos innegablemente “animales sociales”, estamos diseñados para 
interactuar con nuestros semejantes, a través de esa actividad 
desarrollamos distintas habilidades, y ejercemos uno de los dones más 
estimulantes que nos fueron dados, el de la colaboración. Por otro, 
existirán múltiples momentos a lo largo de tu vida en los que probarás 
una sustancia que o bien podría contener una exquisitez casi 
inigualable, o bien podría traducirse en una inquietante amargura, me 
refiero al estar solo.
Históricamente la soledad ha sido 
asociada con el desarrollo espiritual: recordemos que personajes como 
Cristo, Buda, y Mahoma, entre otros, obtuvieron revelaciones cruciales 
en estas circunstancias. También este estado parece ser particularmente 
fértil para hacer florecer la creatividad, incluso la genialidad. Quizá 
por está razón es que filósofos, escritores, científicos y otros han 
elogiado vívidamente la soledad: Poe, Goethe, Einstein, Bacon, 
Beethoven, de Quincey, Schopenhauer, y Thoreau, entre muchos otros.
Otra veta cultural en torno a la soledad
 apunta a predisponernos para evitarla a toda costa, y nos invita 
enmascararla o a esconderte de ella, procurando no exponer tu psique a 
la naturaleza de dicho estado.
Sobre el miedo a estar solos  
En la actualidad millones de personas le
 rehúyen a estar solos, y no únicamente por la probable crítica social 
que ello pueda implicar, sino por que simplemente han perdido la 
costumbre de encontrarse en un ‘cara a cara’ consigo mismos. De 
cualquier manera recordemos que culturalmente, al menos en muchas de las
 sociedades actuales, se nos ha inculcado una especie de miedo a la 
soledad, asociando con este estado diversas cualidades negativas, o en 
el mejor de los casos extravagantes.
Exagerando un poco, los locos, los 
malvados, los exorbitados científicos, los potenciales criminales, tal 
vez las prostitutas, son algunos de los icónicos personajes burdamente 
asociados con estados profundos de soledad. Amargura, desquiciamiento, 
depresión, y extravagancia, algunas de las consecuencias atribuidas al 
ejercitar continuamente el estar solos. La soledad inspira sospecha 
–quizá por eludir la vigilancia del otro–, o desconfianza. Nos perturba,
 nos confronta, nos regala menos margen del que requerimos para evadir 
nuestra mayor responsabilidad: auto-conocernos (estoy solo y no hay 
nadie en el espejo, decía Borges).
La conectividad digital
“Carencia voluntaria o involuntaria de 
compañía”, así define la Real Academia de la Lengua el término soledad. 
Sin embargo, con la llegada de los móviles, las redes sociales, los 
chats, etc., parece que la frontera entre soledad y compañía ha sido 
trastocada. Ahora se puede estar ‘semi-solo’ o ‘casi acompañado’. Esta 
especie de limbo psicosocial ha transformado este concepto, además de 
hacerlo menos asequible que nunca antes en la historia humana.
En una época en la que millones de 
personas tienen un perfil en Facebook, en la que ‘tuitear’ es para 
muchos lo primero, y lo último, del día, en la que Skype, Instagram, 
Google Talk y decenas de otros servicios esperan ansiosamente a que los 
aproveches para ‘conectarte’ con otras personas, parece que la soledad, 
que de por si no venía muy bien librada décadas atrás, hoy vale menos 
que nunca –actualmente es fundamental estar conectado con alguien en 
cualquier momento, mientras ese alguien no seas tú mismo.
Las mieles de la soledad 
Para redención de los ‘lobos esteparios’
 y demás representantes solitarios de la fauna humana, diversos estudios
 han confirmado una serie de beneficios concretos que la soledad ofrece a
 nuestra psique. Existen ciertas actividades o ejercicios, sobre todo 
hablando en un plano emocional y psicológico, que se llevan a cabo con 
mejores resultados cuando se esta solo.
Según un reciente estudio de la 
Universidad de Harvard, resulta fundamental una dosis ocasional de 
soledad para consolidar el proceso mediante el cual afianzamos nuestras 
memorias –haciéndolas tanto más duraderas como más precisas. Otro 
estudio [1] sugiere que practicar la soledad nos hace más capaces de 
desarrollar empatía.
“En nuestro país [Estados Unidos] existe
 tanta ansiedad cultural frente al aislamiento que continuamente no 
logramos percibir los beneficios de la soledad. Pero existe algo 
realmente liberador para las personas al estar solas. Logran establecer 
control sobre la forma en que utilizan su tiempo. Logran descomprimirse 
al final de un atareado día en la ciudad, y experimentan un sentimiento 
de libertad”, advierte Eric Klinenberg, sociólogo de la Universidad de 
Nueva York y autor del libro Alone in America.   
Otra de las bondades detectadas 
alrededor del estar solo radica en el fortalecimiento de carácter e 
identidad. Esta es una de las premisas que aborda Sherry Turkle, quien 
dirige la Initiative on Technology and Self del MIT, en su libro Alone Together.
 Al respecto Turkle sugiere reservarnos ciertos momentos del día, lejos 
de otras personas, pero también de interacciones digitales, para rendir 
tributo al que, sin duda, podríamos considerar como el estado primigenio
 del ser humano.
Finalmente me gustaría hacer referencia a
 las investigaciones realizadas por Adam Waytz, de la Universidad de 
Harvard, quien enfatiza en el hecho de que, tal vez paradójicamente, en 
la soledad reafirmamos diversas habilidades que enriquecerán nuestra 
habilidad para establecer lazos sociales saludables y fuertes. Lo 
anterior me lleva a suponer que, en caso de que estar solo te ayude en 
la misión de conocerte a ti mismo, entonces aquel que más cerca está de 
saber quien es, sin duda podrá aportar más en una dinámica de 
interacción social.
¿Entonces?
Desde hace tiempo la ciencia ha 
advertido que la soledad excesiva puede sernos perjudicial. Pero en años
 recientes se han llevado a cabo investigaciones que aluden a los 
beneficios de este estado. El problema, al parecer, radica en la dosis 
(el veneno puede ser también el antídoto, como bien advertía el gran 
Paracelso).
Algo curioso es que la mayoría coincide 
en que para disfrutar de las mieles de la soledad, esta debe ser 
voluntaria y no obligada. Lo anterior nos invita a replantear nuestra 
percepción frente a ella, a asumir su inevitable presencia en diferentes
 momentos de nuestro camino y, por qué no, a procurarla de vez en 
cuando, incluso a revolcarnos en ella en una especie de fantasmal y 
sutil cópula. Si le huyes lo más probable es que tarde o temprano te 
alcanzará, y si el encuentro no fue originalmente deseado, entonces tal 
vez pueda tratarte con poco cariño.
Creo que con un poco de introspección y 
práctica es fácil determinar la dosis de soledad que nos sienta bien 
–habrá temporadas que la necesitamos más, otras menos. Y si lo hacemos, 
probablemente notaremos que su presencia resulta deliciosa, o que al 
menos es mucho mejor compañía que personajes como el bullicio mental, o 
las hormonas del estrés, elementos que lamentablemente se han convertido
 en infaltables acompañantes de la cotidianidad contemporánea.    
Twitter del autor: @paradoxeparadis 
 
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